jueves, 4 de junio de 2009

MARTIN: EL VIEJO TAROTISTA

Meditando, en el pasto de un inmenso jardin, está Martin; el viejo tarotista.
Fumando Lucki Strike y leyendo El Mercurio, esperando que anochezca para dormir.
Dos botellas de vino le esperan para adormecer su cuerpo y no sentir el hielo de la madrugada.

Le cuesta caminar. Está más golpeado por la vida que Martin Vargas. Viene de vuelta ya, explotando los últimos petardos en su apasionante viaje.

Aparentemente se ve como un vagabundo que está de paso por la ciudad y duerme en los jardines rodeados de árboles, coronas del Inca; árboles que se incendian por las noches y de sus hojas emerge una hoguera de fuego hacia el cielo.
Arboles que cobijan su locura de anciano extraño e intelectual.

Al medio día llega a la feria de artesanos de La Recova y se instala en medio de la multitud con su linyera, su morral, sus libros sagrados, cajetillas de cigarrillos, botellas de vino, diarios, fósforos y comienza a beber, pausadamente, mientras la gente pasa y lo mira con su pelo canoso y su barba cenicienta.
En su desdentada oratoria etílica empieza a vociferar improperios a las mujeres y luego comienza a quemar hojas del Mercurio.
Haciendo una especie de fogata, como un ritual para que se vaya la mala onda.

Así, vuelve a funcionar como maestro del Tarot y las mujeres cuicas lo rodean y él se las lleva, engrupidas a un costado de la iglesia San Agustin, donde les saca la suerte. Como las mujeres quieren escuchar cosas misteriosas de ellas, Martin les da en el gusto; se las sabe decir, como a ellas les gusta. Aunque ya no le quedan dientes, por el ácido, la droga y la mala vida ; igual se defiende y entrega su visión profética a su clientela. No olvidemos que el viejo Martin debe haber tenido en su pasado una situación ecónomica más que regular, acomodada, se le notaba por su forma de ser, además, por los gustos que se daba, por las marcas de cigarrillo que fumaba y por los diarios que leía y por su forma de actuar cuando andaba lúcido. Un día lo entrevistamos para un video-poema urbano. Sentado en el suelo miraba y nos decía:
¡Paz y Armonía! ¡Paz y Armonía! Trataba de agradecer, pero detrás de esa careta estaba escondido el misántropo de siempre.

Quizás, el viejo llegó a esta ciudad, en sus últimos años: decadente, vagabundo y solitario y vivía perdido en su mundo y vivía solamente por vivir; incluso, le costaba hacerlo. Le costaba respirar en este mundo. Le costaba caminar. Lo hacía de a poco.
Caminaba por cinco minutos y paraba. Yo creo que para llegar a La Recova desde el jardín de los árboles rojos le debe haber costado horas.

El viejo Martín era un bebedor impulsivo, un fumador empedernido y un lector adictivo y por las noches, cuando llegaba al jardin de los árboles rojos tomaba litros y más litros de vino tinto, fumaba y escribía en sus cuadernos que tenía como bitácora de vida. Allí escribía sus vivencias. Un día revisando el jardin encontré algunos de sus cuadernos y en una de sus hojas decía: —Son las cinco de la madrugada— está amaneciendo. ¡Buenos días, señor zorzal! gracias por su canto, anunciando el nuevo día.
—Aquí estoy de nuevo— Hace mucho frío. El rocío mojó el pasto verde. Voy a hacer un fuego para abrigarme. Voy a leer el Mercurio. La gente se está levantando. Los autos pasan veloces por estas calles de la ciudad iluminada por sus edificios públicos.

Un día caminando por esos jardines, encontré un montón de papeles blancos y entre ellos algunos de sus cuadernos y pensé reunirnos para hacer una publicación o algo parecido con ellos.

Lamentablemente, no pude hacerlo porque sus cuadernos se extraviaron en el camino.
Quería escribir algo, como: "Diario de vida de un viejo tarotista".

Los pájaros de la madrugada lo acompañan en su soledad de hombre hosco, extraño y quijotesco.

El último tiempo estaba muy mal; ya no podía caminar: "Paren el mundo que no puedo caminar". gritaba el viejo tarotista en su locura dionisíaca.

Un día busco un auto para que lo llevara de regreso a Santiago y se fué de esta ciudad. El viejo Martín que para algunos no era nada más que un viejo de mierda, para otros un misántropo y para algunos un anciano hippie que varó la ultima ola.
Un tarotista que sacaba de su maleta la culebra ilusionando a mujeres y armando mundos con sus cartas. Un viejo solitario en medio de la bullente ciudad, que cuando bebía demasiado les gritaba a las mujeres: ¡putas, maracas! ¡son unas putas de mierda! Cuando se ponía a beber demasiado vino le bajaba una maldición por las mujeres.
Un tipo sumamente extraño, una especie de vago intelectual. Amante del ocio y los vicios mundanos. Un hombre que un día X se lo tragó el olvido.

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